Vivimos en vilo entre noticias que nos cortejan, pretendiendo distraer o evidenciar la realidad más real que tenemos entre manos. En estas últimas semanas nos hemos visto envueltos en los asuntos que llenan de pesar la vida de tantas personas: fundamentalmente las consecuencias de la crisis económica que afecta de modo creciente a tantas personas, a enteras familias. Ya no sólo es esa cifra escalofriante de más de cuatro millones de parados, sino la más tremenda aún del millón de familias, de hogares, en donde no hay ningún ingreso día por día, semana por semana, mes por mes. Esta crisis económica no se debe a una cortocircuito en la central informática de los ordenadores que coordinan las finanzas mundiales, sino que tiene más bien su raíz en la crisis moral, la crisis de valores humanos que genera una sociedad frívola e irresponsable dando como resultado el egoísmo y la insolidaridad.No es indiferente el propiciar un modelo social u otro subvencionando a troche y moche las series televisivas o las películas que tendenciosamente los escenifican; no se puede jugar sin más con la educación de nuestros jóvenes banalizando en ellos algo tan serio y tan bello como es la libertad o la sexualidad, como si fuera el desenlace desenfrenado tras el último botellón; no es de recibo tampoco el abaratamiento de la concepción natural del matrimonio y la familia para arrancar todo lo posible la larga historia cristiana y occidental al respecto; y por último no deja de pasar factura el mercadeo con lo más sagrado como es la misma vida. Como siempre he repetido, y para quien se empeña en no entender la posición cristiana y eclesial sobre esto, me refiero a la vida en todos sus tramos: la del no nacido, la del terminal y la vida de quienes estamos en medio sea cual sea nuestra circunstancia o nuestra edad. Todos estos guiños a una extraña manera de concebir la vida, la cultura, la política y la sociedad, dan como resultado antes o después, antes y después, como tantas veces hemos ya comprobado, un deterioro severo del tejido social, y a la postre el asunto económico no deja de ser más que un simple indicador de una crisis más profunda y más hiriente.
Estar a pie de obra acompañando a la gente real que sufre y que pide ayuda es lo que intentamos con todo nuestro afecto, nuestro empeño y nuestro compromiso cristiano. Así lo queremos seguir haciendo con todos los que este mundo enfebrecido va orillando y dejando en la cuneta. Los enfermos del sida, los deprimidos por los palos de la vida que no es vida, los mendigos de siempre y los mendigos de ahora, los huérfanos del amor de sus padres que les ven cambiar de pareja como el que cambia de ajuar, los ancianos asustados por tanta deriva, los jóvenes a los que se les usa demagógicamente sin darles razones para esperar. Todos estos y muchos más, encuentran ayuda real en tantos gestos tendidos, en tanto tiempo ofrecido, en tanta escucha sincera, en tanta compañía amistosa y gratuita de nuestra gente cristiana, en la oración silenciosa de los monasterios que piden sin cesar por este mundo bendito. Son las parroquias, son sacerdotes y religiosas, son voluntarios católicos en todos los campos, son las organizaciones de la caridad cristiana como Cáritas, Manos Unidas, Conferencias de San Vicente de Paúl y tantas otras más. Ahí están, sin pedir voto para nadie, sin echar arengas vacías a ninguno, sin pasar facturas de rencor, ahí están con los brazos arremangados y el corazón de par en par orando, acogiendo y acompañando, para buscar soluciones a corto, medio y largo plazo.
En estos tiempos recios, el testimonio comprometido nos está pidiendo audacia, humildad y manos a la obra, escuchando al Señor y abrazando a cada persona que Él nos pone delante.
El Señor os bendiga y os guarde.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca